Capítulo tres.
ANTERIORMENTE.
- Encantado de haberle conocido.
Capítulo nuevo.
Una luz ilumina completamente mi cuarto. Gruño malhumorada, mientras tapo con la manta mi rostro. Abro uno de mis ojos, bostezo y vuelvo a cerrarlo.
¿Qué hora será?
Restriego con suavidad mis ojos, y así consigo abrirlos. Observo por un segundo mis manos. Están llenas de maquillaje negro, oh Dios, se me había olvidado quitármelo. Debo parecer una Monster High, de esas.
Extiendo un brazo y miro mi móvil.
"09:53".
Resoplo cansada, no entiendo por qué últimamente me levanto tan temprano. De pronto un flash back recorre todos y cada uno de mis pensamientos. Toco mis labios y sonrío victoriosa. Anoche me besó, ese glorioso hombre me besó. Todavía no puedo creerlo. Fue un momento tan... Perfecto.
Sacudo mi cabeza, y me regaño a mí misma. ¿Tan perfecto? Maggie, para ya. Solo es un hombre.
Aunque en el fondo sé que no es un hombre más, quiera o no quiera aceptarlo. La tensión entre nosotros se palpaba en el ambiente, y cuando nos tocamos... Esa carga eléctrica que recorrió mi cuerpo... Dios.
- ¡Maggie! –––– es Briggit.
Mierda, he dejado la puerta abierta.
- ¿Qué quieres, Briggit?
- Has conseguido... Ya sabes... Nuestro pequeño acuerdo.
- A medias.
Ella me mira con cara de asombro, y sus ojos color azul cielo aumentan de tamaño en cuestión de segundos.
- Tengo al candidato perfecto.
- ¿Y...?
No contesto.
- ¿No se ha fijado en ti? ¡Eso es imposible! ¿Pero acaso te ha visto bien? Será subnor...
- No es eso, Briggit –––– le interrumpo –––– Para enamorarlo tengo que ir despacio, tiene que desearme tanto que no pueda contenerse más, y ahí es cuando entro yo para calmarlo y que me desee aún más. Hasta que llegue un punto en el que no pueda pensar en otra cosa que no sea en mí. Ahí, será cuando nuestro acuerdo se llevará acabo, porque estará completamente enamorado de mí.
Un frío viento, típico de las mañanas de aquí, entra por mi ventana, y hace que me encoja.
¿Por qué una pequeña parte de mí se siente mal al pensar que eso le podría pasar a Harry? Enamorarse de mí sería el peor error que podría cometer jamás.
- Te entiendo... –––– Briggit clava sus ojos en mí –––– Maggie, esto solo es un juego. Cuando veas que deja de ser divertido puedes dejarlo. Yo no quiero que te sientas presionada por mi culpa.
- Solo es un juego –––– susurro tan bajito que casi consigo escucharme –––– No te preocupes, Briggit. Se lo que me hago.
Con una sonrisa de oreja a oreja, tan dulce como lo es ella deja la habitación.
Yo me vuelvo a recostar en mi cama. No sé ni como empezar este dichoso trato. Y todo esto por una tarrina grande de helado de Ben & Jerry's. Porque poco me vendo, eh. Pero está tan rico...
Resoplo, y me levanto. Necesito ir a correr, despejarme.
Después de una hora entera recogiendo mi cuarto y preparándome para salir a dar un paseo, estoy lista. Me miro por última vez en el espejo. Observo con detenimiento mi silueta. Estoy bastante bien. Mejor que hace unos meses, he perdido siete kilos. Me gusta. Me retoco la coleta y salgo de allí.
En la mesilla de la entrada está mi iPod, con mis auriculares blancos y mis llaves. Los cojo.
Abro la puerta y para mi sorpresa hay tres personas delante de mis narices. Se acercan a mí con suma rapidez y comienzan a hacerme preguntas, de las cuáles no tengo respuesta para ninguna. ¿Qué está pasando aquí? ¿Esto será la inocentada del día de los inocentes de Briggit? Pues no me hace gracia.
"¿Cómo se llama? ¿Cómo lo conoció? ¿Están juntos? ¿Desde cuándo existe esta relación?".
Cada vez estoy más confusa y balbuceo.
- Yo... Yo... No sé de que me están hablando. Lo siento.
- De Harry, Harry Styles.
De pronto mis ojos tienen un brillo especial. Miro con atención a los señores con grabadoras y cámaras que están allí sin creerme aún lo que acaban de decir.
- ¿Harry? –––– vuelvo a balbucear.
- ¿Es su pareja? ¿Están juntos? Necesitamos saberlo.
Miro a mi alrededor, siento como poco a poco me va faltando el aire. No sé que decir, ¿corro, huyo, contesto? qué coño hago.
- Pues...
Siento como una mano se entrelaza con la mía, desde mis espaldas. Es él. Sus ojos verdes me miran con tanta intensidad que tengo que apartar mi mirada de la suya.
- Disculpen. Por favor.
Yo me dejo llevar, no sé hacia donde vamos, ni por qué le estoy haciendo caso, pero aún así le sigo la corriente.
En unos segundos ya estamos dentro de un coche. Suyo, supongo.
- ¿Qué se supone que es esto? –––– consigo pronunciar ante tanto asombro.
- No pensé que se iban a enterar. Solo ha sido un beso.
No me hace caso, solo suelta frases que no logro encajar. Y, de pronto, una luz viene a mi mente. Ahora entiendo su pregunta; "¿no me reconoce? [...] no, simplemente preguntaba". ¿Reconocer? ¿Quién se supone que es?
- Puedes decirme por lo menos a dónde vamos, me gustaría saberlo.
Me mira, sus ojos verdes vuelven a clavarse en mí, como anoche. Y, oh Dios, otro pinchazo en mi estómago
- ¿A dónde te gustaría ir?
- Con estas pintas a mi casa.
Me mira de arriba a abajo y sonríe.
- ¿A correr?
- A eso iba.
- Te compraré algo que puedas ponerte.
- No –––– suelto irritada –––– No me conoces, no quiero que hagas nada por mí. No me hace falta. Solo... –––– suspiro y lo miro seriamente. Por favor Maggie, no te rías –––– Exijo explicaciones.
Cruzo mis manos y lo miro. Él sigue sonriendo.
- Podría dártelas.
- ¿Pero...?
- No quiero.
Touché. Veo que mi frase de ayer le llegó al alma. Suelto una leve risa.
- ¿Estás jugando conmigo, rizitos?
- Puede.
- Pues quiero bajarme. Ahora mismo.
Me quito el cinto y lo miro. Está realmente encantador. Tiene unos pantalones vaqueros ajustados, que le caen por la cintura, dejando ver sus boxers rojos, y un abrigo negro que esconde una camisa roja, bastante tentadora.
- Pertenezco a una banda.
Oh Dios, ¿vende cocaína? ¿droga? ¿será un criminal? ¿con quién coño me he metido en este coche? Mi estómago se escoge a media que mi cabeza va proporcionando ideas absurdas pero perturbadoras.
- Una banda de música. No te asustes, no soy ningún recluto ni nada parecido.
Resoplo ante su comentario. Me tranquiliza saber que no es lo que yo pensaba que era.
- A veces eres tan ingenua, Maggie.
- No me conoces –––– vuelvo a susurrar.
- Pero me encantaría conocerte.
Mi corazón da un giro de trescientos sesenta grados. Oh, Dios. Quiero conocerme.
- No digas cosas de las que luego te puedas arrepentir.
- Estoy seguro de que no lo haré. Es más, es cierto. Me gustaría saber cosas de ti, ayer me pareciste una chica muy... Interesante.
- ¿Por qué lo dices con ese tono de voz?
- ¿Con qué tono?
- Muy... Interesante –––– repito su frase –––– ¿Intentas seducirme de nuevo? Te aconsejo que no lo hagas, soy una chica complicada. Anoche me cogiste desprevenida, simplemente fue eso, un golpe de suerte.
Harry se ríe, sus carcajadas retumban por todos los rincones del coche. Me gustaría saber lo que está pensando ahora mismo.
- Mira, Maggie –––– su mirada penetra en la mía. Dios –––– Anoche, después de aquel magnífico beso, me pareció que tus labios buscaban algo más. Era como una necesidad de que te siguiera besando. ¿Fue solo una observación mía o es cierto?
Me sonrojo. E inmediatamente vuelvo mi rostro hacia el otro lado. No me puedo creer que me haya sonrojado. ¿Pero qué clase de brujería causa en mí este semental?
- Fue una observación suya.
- ¿Ya empezamos a hablarnos de usted, señorita?
Sonrío.
Un largo camino nos esperaba por delante, y después de recorrernos más de cuatro manzanas de las viejas calles de Londres, por fin me dejaba en mi casa. Todo parecía volver a la normalidad.
- Maggie, ¿nos volveremos a ver?
- No lo sé. Todo está en sus manos.
- ¿En mis manos?
- Así es.
Bajo del coche con una sonrisa victoriosa. El deseo está corriendo por su sangre. Lo sé.
- Maggie, ¡espere!
Vuelvo mi vista hacia él. Ahora, ahora empieza el juego. Solo necesito que me pida una cita.
- Se le olvidaba el iPod.
Mi cara es un poema. Espero que la decepción no se muestre en mi rostro.
- Ah... Sí, gracias.
- Y una última cosa más.
Mis mejillas sienten sus cálidas manos sobre ellas. Y sin poder reaccionar, sus labios ya se están fundiendo con los míos. Esos tentadores labios. Su lengua, tan juguetona como la última vez. Y en cerrar de ojos los separa. Dejo de sentir sus comisuras.
- Que pase un buen día.
Y así, sin más, se marcha con la sonrisa más encantadora que he visto jamás.
Todo esto tiene que terminar. Me viene demasiado grande. No puedo con este reto, no puedo con este hombre. Sobrepaso los límites del deseo. Juega con sus normas, y yo nunca he jugado con normas que no fueran las mías.
Abro la puerta con lentitud. Humedezco mis labios y sonrío. Me siento realmente bien.
- Maggie, ¿a dónde has ido? ¿tienes tus cosas preparadas para esta noche?
- ¿Esta noche?
- La fiesta de los Trevelgan. ¿No lo recuerdas?
- Esas fiestas siempre suelen ser un aburrimiento. ¿Por qué seguimos yendo?
- ¿A lo mejor porque son nuestros jefes? No sé –––– contesta con algo de ironía.
Suspiro y vuelvo a mi habitación. No tengo hambre, bueno sí... Pero no exactamente de comida.
Cuando me despierto ya está todo oscuro, la única luz que ilumina las calles son las procedentes de las farolas. Miro el reloj de mi teléfono. ¡Son las siete y media de la tarde!
Me pego una ducha rápida, me seco el pelo y me lo plancho. Todavía no sé que ponerme, así que enrollo la toalla alrededor de mi cuerpo y voy hacia el armario.
Elijo el vestido verde oscuro, con pequeñas piedras de color negro en las hombreras. Y unos tacones del mismo color de las piedras.
Me pinto por encima, tampoco puedo ir tan formal.
Y lista, justo a tiempo.
Cojo mi coche y conduzco sin prisa por las calles desérticas de Londres. Dios, me gusta tanto esta ciudad.
Llego a la gran casa de mis jefes. Los Trevelgan. Gente estirada, ricachona y aburrida, pero que al final y al cabo tengo que aguantar para poder pagar el alquiler de la casa, mi coche, entre otros caprichos.
Aparco sin ninguna dificultad y me sorprendo a mí misma, ya que hace poco meses que tengo el carnet. Salgo de éste y veo un coche muy parecido al de él.
Harry, desaparece de mi mente, por favor.
Entro con elegancia al gran salón, me quito el abrigo y se lo entrego a uno de los trabajadores. Cojo una copa y disfruto de la aburrida velada. Por lo menos tienen bebida.
Un chico con pelos rizados está a poco metros de mí. Y empiezo a ponerme nerviosa, pero no, no es él. Una pequeña parte de mí se entristece de que no lo sea.
- Disculpe, señorita.
Me interrumpe una voz ronca a mis espaldas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario